El pasado jueves se inauguró la vigésimo cuarta edición del Festival Internacional de Cine de Guadalajara. El llamado séptimo arte ha sido el vehículo, no solamente para el entretenimiento, sino para llamar la atención sobre ciertos temas de la mayor importancia social.
Sin duda, un ejemplo de poner el dedo en la llaga lo encontramos en el documental "Una Verdad Incómoda", que no solamente fue galardonado con dos premios Óscar, sino que le valió a Al Gore el Premio Nobel de la Paz. A pesar de ser criticado por su falta de rigor científico, causó furor y fue el vehículo masivo ideal para voltear a ver el calentamiento global.
Un problema ligado al del calentamiento global es el del agua; por cierto, mañana se celebra el Día Mundial del Agua. A partir de 1994, por disposición de la Asamblea de las Naciones Unidas, cada 22 de marzo se conmemora. Se trata de celebrarlo con acciones concretas, como el fomento de la conciencia pública a través de la producción y difusión de documentales y la organización de conferencias, mesas redondas, seminarios y exposiciones relacionadas con la conservación y desarrollo de los recursos hídricos, así como con la puesta en práctica de las recomendaciones de la Agenda 21.
El agua y el cine han confluido para crear obras cinematográficas como "Erin Brockovich", producida en el año 2000 y protagonizada por Julia Roberts, quien ganó por su papel el Óscar a la mejor actriz. La película, basada en una historia real, aborda la contaminación de las aguas del subsuelo en Estados Unidos y la millonaria indemnización que tuvieron que pagar los contaminadores a las familias afectadas. Deberían de aprender los estadounidenses de los mexicanos, ya que aquí todo indicaría que las industrias no contaminan, pues no se tiene memoria de que se hayan pagado indemnizaciones por contaminar.
Otra película que gira en torno al agua es "El Secreto de Milagro", producida en 1998, dirigida por Robert Redford y recordada por las actuaciones de Sonia Braga y Rubén Blades. La película es casi obligada para los estudiantes de comunicación, debido a las distorsiones que se generan en torno a la información. La historia se desarrolla en Milagro, un pequeño pueblo ubicado en Nuevo México, habitado en su mayoría por mexicanos. El problema surge por el agua, cuando un habitante del poblado decide modificar el cauce para beneficiar sus cultivos.
"El Secreto de Milagro" mezcla una serie de elementos fantásticos que rayan en lo chusco, lo ridículo, lo inimaginable, pero no por ello deja de ser rescatable. Si la comparamos con lo que vivimos en México, y sobre todo en Jalisco, la película se agiganta y se mimetiza con la realidad. Actualmente el problema del agua en Jalisco es de risa loca.
Desde hace años nos han estado anunciando la Presa de Arcediano. Se ha dicho que se cuenta con los recursos para hacerla. Estudios -dicen que- van y vienen, pero no se ve la fecha en que se haga realidad. Es el mismo caso de la Presa El Zapotillo que amenaza con inundar los poblados de Temacapulín, Acasico y Palmarejo. Muchas declaraciones, pero el avance es imperceptible.
En ambos casos, al igual que en Milagro, las distorsiones de la comunicación son sublimes y rayan en lo ridículo. La incapacidad de la autoridad para comunicarse con la sociedad es monumental, del mismo tamaño que la imposición que se ejerce para poder llevarlas a cabo. Nada que ver con lo que implica el término de Política Pública.
"El Secreto de Milagro" no solamente se asemeja a nuestra realidad en el tema de la comunicación. El otro elemento que llama la atención es la afectación que genera el tener un cauce que pasa por un territorio, y la imposibilidad de poder hacer uso del mismo. Esta podría ser la realidad de los territorios de la Cuenca Lerma-Chapala, que durante años vieron pasar el agua y no podían usarla, siendo los beneficiarios quienes nos encontrábamos aguas abajo. La Cuenca Lerma-Chapala ha sufrido modificaciones en las últimas décadas, y aguas arriba se han construido una cantidad impresionante de presas (hay más de 500 presas y bordos), dando como resultado que los afectados seamos los que nos encontramos aguas abajo.
Nuestro país tiene una orografía e hidrografía fascinantes. Esas condiciones hacen que Jalisco sea una entidad que se encuentra al final de una cuenca -por lo tanto aguas abajo- y cada vez a mayor número de presas le llega menos agua y más contaminada. Sin duda, no hemos sido capaces de exigir cuotas de compensación por encontrarnos al final de una cuenca.
No es casualidad que los Estados que se encuentran aguas arriba, con relación a la cuenca, muestren mayores niveles de desarrollo relativo, y que Jalisco cada vez aparezca más rezagado en indicadores de diversa índole. Este comportamiento encuentra relación directa con la cantidad de presas que se han construido en la cuenca.
Hasta 2005, la construcción de presas de la Cuenca Lerma-Chapala estaba estrechamente ligada al riego (50.9 por ciento); al riego y abrevadero (20.1 por ciento); al control de avenidas (2.8 por ciento); al uso piscícola y riego, riego y agua potable, riego y control de avenidas, generación de energía y servicio público (2.35 por ciento). Sin embargo, un alto porcentaje de presas son de uso desconocido (23.5 por ciento). Todo con base en cifras oficiales.
¿No sería bueno que antes de construir más presas e inundar poblados revisáramos ese alto porcentaje que no sabemos a qué se dedica? En la realidad está difícil que ocurra, pero no perdamos la esperanza de que por lo menos lo veamos en película.
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