Habrá que estar muy atentos a las consecuencias. Es probable que los fabricantes de tales productos no respeten la medida y acudan a tribunales, y no debemos descartar que la "justicia" mexicana falle en favor de que puedan seguir vendiendo ilusiones.
Detrás del fenómeno de los "productos milagro" y su enorme exposición en los medios de comunicación hay cuestiones sumamente interesantes que vale la pena analizar: el papel que juegan consumidores, fabricantes, anunciantes y la autoridad.
Estamos frente a un negocio a todas luces rentable; tan lo es que se paga una suma considerable por transmitir una metralla de comerciales por televisión, incluso en los mejores horarios.
En un mundo más dinámico, los consumidores quieren resultados inmediatos. Así se explica, por ejemplo, el crecimiento de los establecimientos de comida rápida. Particularmente en México, la gente cada vez tiene menos tiempo libre (para leer, hacer ejercicio y hasta para cuidar de su salud) debido a que se tienen dos trabajos, o por el tiempo que se invierte -o se pierde- en llegar al trabajo y regresar al hogar.
Adicionalmente, atrás quedó el paradigma de que la riqueza se obtiene con esfuerzo y después de muchos años; hoy se pondera y admira a quien tiene mucho éxito en el menor tiempo posible: actores, cantantes, deportistas, empresarios, creadores de redes sociales, políticos, etcétera.
Es entonces el entorno perfecto para los productos que ofrecen rapidez para algo que sería difícil, o imposible, de lograr: cura de diversas enfermedades o padecimientos (cáncer, hemorroides), bajar de peso, mejorar la figura ¡y hasta rejuvenecer!
También tenemos a los fabricantes, que podrían utilizar a su favor una serie de argumentos bien considerados en nuestro País en las últimas décadas: que generan empleos, que están arriesgando capital, que están invirtiendo y que pagan impuestos. Además, pueden defenderse diciendo que nadie obliga a los consumidores a comprar sus productos.
Con todos esos argumentos, casi sacralizados en México, han pretendido vender la idea de que así funciona el libre mercado; pero al igual que los que se utilizan para promocionar los "productos milagro", resultan falsos. En el libre mercado, los consumidores deben contar con información veraz de los productos.
Los anunciantes, sobre todo los canales de televisión, han saturado su pauta publicitaria con este tipo de productos. Más allá de si es ético o no, la enorme presencia de tales productos revela varios aspectos: las empresas serias o prestigiadas con capacidad de anunciarse cada vez son menos; y la televisión no vive sus mejores momentos y requiere anunciantes, sin importar la mala calidad de sus mercancías ni el contraste con productos pertinentes de firmas prestigiadas.
Lo más grave es que para anunciar estos productos se ha recurrido a periodistas que gozan de credibilidad o a artistas que son venerados por el público.
Por último, la medida que sin duda es acertada, pero también tardía, demuestra una gran lentitud para
reaccionar por parte de las autoridades. En la justificación del nuevo reglamento que prohíbe estos productos, se dijo que en algunos casos había causado daños a los consumidores, pero no se sabe de acciones legales o resoluciones en contra de los fabricantes, lo cual revelaría una fuente más de impunidad.
Sin duda alguna, en los "productos milagro" se refleja en gran medida el comportamiento de los consumidores, fabricantes, anunciantes y de las autoridades de México.
En política, el equivalente de un "producto milagro" sería la promesa imposible de cumplir: generar un millón de empleos, crecer al 7 por ciento, acabar con el narcotráfico, etcétera. Los candidatos que han resultado triunfadores en diversos ámbitos de Gobierno han recurrido a esta fórmula, con éxito. La única diferencia entre productos milagro y promesas imposibles es que no hay multas para las segundas, pero podemos avanzar, escuchando a los especialistas que las detecten.
rogelio_campos@yahoo.com
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