Sin duda, la reforma más urgente para México es la reforma hacendaria. No hay un solo problema de nuestro país que no se resuma en la falta de recursos que tiene el Gobierno para hacer frente a los más graves y variados problemas. Sin embargo, es una reforma que no se encuentra en la agenda del Gobierno.
México tiene una recaudación fiscal muy inferior a la de países de Latinoamérica como Argentina, Brasil y Chile. Ya viene siendo una constante que en este tipo de mediciones no pocos países de la región nos superen. Lejos quedaron los años en los que México era considerado ejemplo para Latinoamérica y en los que la referencia de progreso estaba en Norteamérica o en Europa.
La conclusión es clara: recaudamos poco, contrario al mito de que "el Gobierno tiene mucho dinero".
Las razones de que no contemos con los recursos suficientes están en la defraudación, en la evasión, en la pomposamente llamada elusión fiscal y en que, a diferencia de lo que pensamos, algunos impuestos son menores a lo que debieran ser. Ahí están los comparativos de las tasas de otros países.
Sin los recursos necesarios no se puede construir y modernizar la infraestructura básica para propiciar condiciones de competitividad. El personal docente y el personal médico, así como las instalaciones y equipos con los que trabajan, no son los adecuados. No hay recursos para el tratamiento de aguas y cuidado de los ecosistemas. No tenemos cuerpos de seguridad bien pagados y equipados para hacer frente a la creciente ola de inseguridad, que el día de ayer se volvió a manifestar, ahora en la Ciudad de México, en una de sus más terribles vertientes: el terrorismo.
Tampoco tenemos recursos para modernizar las entidades que se encargan de la generación de energía, ni para invertir en una palanca clave para el desarrollo: la tecnología. Ni hablar del transporte público o el desarrollo urbano, entre otras muchas carencias.
Todos estos problemas no podrán ser atacados eficazmente con el ritmo recaudatorio del País. Al parecer, a nadie le apura enfrentar estos retos con rapidez. Nos conformamos con un hipogradualismo que si bien nos mueve, lo hace de manera lenta. Mientras tanto, vemos cómo otros países se mueven a mayor velocidad y nos dejan atrás. Es el mismo caso del crecimiento del PIB: mientras México avanza lentamente, otros países de la región crecen a un ritmo que duplica o triplica al nuestro. No podemos decir que hemos caído en el conformismo, porque al anunciar esos ritmos de crecimiento subyace un inexplicable orgullo de haberlo conseguido. El mensaje es claro: más vale paso que dure. El problema radica en el hecho de que nos encontramos en un mundo globalizado, donde el tiempo es uno de los principales recursos, y lo estamos desperdiciando.
El problema es mucho mayor de lo que se piensa. No sólo recaudamos la mitad que los países de la región -ni hablar de que es una tercera parte de lo que se recauda en Europa-. Una fracción importante de esos ingresos proviene de los ingresos petroleros. Habrá que ver si en la reforma energética que se propone esos ingresos continuarán siendo gravados como actualmente se hace. Eso explica en gran parte la falta de ingresos y de competitividad de PEMEX.
El diagnóstico es más grave si consideramos que una porción de los tributos proviene de impuestos como el ISAN o la tenencia vehicular, que no existen en otras partes del mundo. Si además consideramos que parte de los tributos provienen del cobro excesivo de "derechos", como por ejemplo el pasaporte mexicano, que por 10 años tiene un costo de mil 800 pesos, aproximadamente, mientras que en España (está de moda comparar ambos documentos) cuesta el equivalente a 200 pesos. Si quitáramos los ingresos petroleros, el ISAN, la tenencia y el cobro excesivo de derechos, por sólo mencionar algunas de las tributaciones más pintorescas que tenemos... nuestra recaudación sería propia de una república bananera.
Pero solamente hemos hablado de los ingresos. Una reforma hacendaria es mucho más que una reforma fiscal (y mucho más que la ridícula pretensión de solamente reducirla al IVA en medicinas y alimentos). Esta última sólo se encarga de cobrar, mientras que la primera, además, considera en qué se va a gastar.
Quizás ahí radica el problema. No nos hemos puesto de acuerdo en qué gastar. Aquí pensamos que el Guggenheim debe ser pagado con dinero privado, mientras que en Bilbao fue pagado con recursos públicos. Aquí no concebimos que el gasto público subsidie el transporte público, mientras que en otras partes del mundo desarrollado se hace en alguna medida. Aquí queremos recaudar en medicinas, mientras que en el Reino Unido son gratuitas para los menores de 16 años. Eso sí, los servidores públicos aseguran lo suyo y se asignan salarios y bonos como de primer mundo.
La reforma hacendaria es urgente, para asignar recursos suficientes que permitan abatir rezagos y propiciar el desarrollo. Parece no importar. El inicio para avanzar en esta reforma se encuentra en el consenso del gasto, no del ingreso (esto es posterior).
Si en materia de gasto queremos parecernos a los países de la región que nos superan en recaudación y crecimiento, o a los desarrollados, estaríamos pasando al mundo de lo que aquí se llama populismo, que es lo que aquí no se quiere. Por eso no está en la agenda la reforma hacendaria... simplemente porque no se quieren las consecuencias.
rogelio_campos@yahoo.com