Segunda y última parte.En la entrega anterior mencionamos el costo de la revitalización de Bilbao invertido durante una década: 5 mil 700 millones de dólares. Decíamos que el Guggenheim fue la cereza del pastel, la insignia de la modernidad y la apertura, el emblema de una ciudad que dejaba atrás su pasado industrial y se proyectaba al futuro económico apostando por el sector terciario: el de los servicios.
Ahora, abordaremos algunos mitos del caso bilbaíno y haremos una fundamental diferenciación con la pretendida transformación de nuestra ciudad.
Los seguidores del proyecto argumentan que el museo transformó Bilbao, lo cual es inexacto: el museo es consecuencia de un plan de revitalización urbana que incluyó una inversión multimillonaria en euros, donde el museo apenas representa el 3.5 por ciento de los recursos invertidos.
En este caso, las diferencias con Guadalajara saltan a la vista. En la ciudad española se pudo realizar esta inversión, entre otros factores, por la aplicación de fondos de la Unión Europea; México no es beneficiario de este tipo de recursos por parte de los dos vecinos del norte, que a la vez son nuestros principales socios comerciales y las potencias que podrían y/o deberían ayudarnos como se ha venido haciendo con España.
Otra diferencia es la experiencia y puesta en práctica de esquemas similares. Previo al caso bilbaíno, España había tenido éxito en experiencias de revitalización urbana en sus tres principales ciudades, con acontecimientos de dimensión internacional: Madrid, Capital Cultural de Europa; Barcelona, sede de los Juegos Olímpicos, y Sevilla, sede de la Expo Mundial. Esto es, el país ibérico tenía la considerable experiencia y la dinámica de reconvertir o remodelar sus ciudades. Por cierto, ninguna de éstas requirió un museo de ese costo para su revitalización.
Los optimistas ven los Panamericanos como la gran oportunidad de revitalizar nuestro entorno urbano; los pesimistas comparan el estimado del gasto realizado por Río de Janeiro para los juegos del próximo mes (5 mil millones de dólares), pero en Guadalajara se invertirían sólo 500 millones para 2011.
En México no tenemos la experiencia ni la dinámica de revitalizar premeditadamente las ciudades; a lo más que llegamos el sexenio anterior fue a organizar cumbres de cuanto organismo internacional haya registro. No pocas se organizaron en Los Cabos o en Cancún, lugares con una infraestructura turística de talla internacional. En las pocas cumbres que se organizaron en otras ciudades, como la ALCUE (Guadalajara, mayo de 2004), el dinero federal se destinó a cuestiones ornamentales de dudosa calidad, escaso uso y muy corta duración (como ejemplo está la "plaza" ubicada en Niño Obrero y Lázaro Cárdenas), y en compra de patrullas o de arbolitos, que fueron mal sembrados, con el propósito de tapar nuestras miserias urbanas. Eso nos refleja como ciudad y como país: sin recursos para revitalizar, sólo para medio tapar.
Otro mito es que Bilbao es una ciudad con 400 mil habitantes y que en el pasado reciente, antes del museo, era un pueblo de pescadores. Partiendo de este falso supuesto se pretende llevar a la conclusión obligada: Guadalajara puede hacer el museo. Imagínese... "si un pueblo de pescadores de tan sólo 400 mil habitantes pudo hacerlo", resulta obligado que nosotros podamos.
En realidad Bilbao era una importante ciudad industrial. Esto es precisamente lo que permitió desarrollar las importantes intervenciones urbanísticas. Las hectáreas donde antes se asentaba la industria fueron destinadas a proyectos comerciales, culturales, de ocio y vivienda. Por cierto, decir que Bilbao tiene 400 mil habitantes es confundir la villa con la zona metropolitana. El Bilbao Metropolitano tiene un millón de habitantes.
Estos datos nos llevan a establecer otras diferencias fundamentales. Bilbao se transformó radicalmente: pasó, de ser industrial, a ser una ciudad de servicios. Éste no es el caso de Guadalajara; nuestra vocación ha sido de servicios, por tanto tenemos pocas superficies para destinar a la construcción de complejos culturales, de ocio y comerciales. Lo que sí ha venido sucediendo es el abandono de las áreas cultivables, donde ahora hay construcciones que, por alguna extraña razón, son llamadas y aceptadas como viviendas, y por ello no tenemos superficies donde enclavar proyectos insignia de revitalización urbana. En el caso bilbaíno, la apuesta fue cambiar el giro económico de la ciudad, y resultó. En nuestro caso, no cambiaríamos de giro.
Por cierto, Abandoibarra, el lugar donde se asienta el Guggenheim, está en un lugar céntrico. En nuestro caso, se pretende ubicarlo, literalmente, en la orilla.
Lo que sí sucedió en Bilbao e hizo posible el proyecto (téngalo presente para que vaya pensando si eso puede pasar aquí) fue lo siguiente: liderazgo de los políticos; y la creación de una entidad de decisión y ejecución donde confluyen distintos Municipios y órdenes de Gobierno.
Una opción es hacerle como en el futbol: vamos nacionalizando a algunos de esos políticos y profesionales bilbaínos de las políticas públicas; también a los constructores, porque si los de acá van a tardarse y a inflar el costo de obras como acostumbran, ni la suma de lo invertido en Bilbao y en Río les va a alcanzar para lo proyectado.
El único punto fuerte, donde no tendríamos problemas, sería el de la definición del coordinador del proyecto de revitalización urbana: ¡ahí está Claudio Sáinz!