viernes, 12 de marzo de 2010

Síndrome de Peter Pan

En 1983 se publicó el libro "El Síndrome de Peter Pan", la persona que nunca crece, escrito por Dan Kiley. La obra ha sido adoptada por la psicología popular. Se trataría de un trastorno en el que la persona crece, pero su visión internalizada es la de su infancia: no madura. Guadalajara podría tener el Síndrome de Peter Pan.

Nuestra Ciudad ha crecido, pero no ha madurado. Lo anterior viene a colación por la iniciativa del diputado panista Abraham González, que pretende atender un grave problema que aqueja a los mexicanos y de manera particular a los jaliscienses: la escandalosa magnitud de accidentes automovilísticos asociados al consumo de alcohol.

La iniciativa plantea varias medidas interesantes: los dueños de los antros serían corresponsables de sus clientes que salgan borrachos, endurecer los operativos del alcoholímetro, elevar las penas y multas para quienes cometan un delito en estado de ebriedad, fortalecer los programas de prevención de accidentes y cerrar los antros y bares a las dos de la mañana.

Todos los puntos han concitado simpatías, no así el que plantea cerrar más temprano. Hay quienes plantean que al hacerlo se incrementaría la oferta de diversión clandestina. Otros sostienen un destino manifiesto que nos condena a ser -en grado superlativo- adoradores del alcohol y de los desvelos; quienes sostienen esta teoría dicen que los trasnochados comprarán reservas etílicas antes de salir a disfrutar la noche: tomarán la precopa, irán al antro y de ahí partirán a sus casas a seguir ingiriendo alcohol hasta el grado del embrutecimiento.

Con frecuencia escuchamos lamentos sobre la situación que guarda nuestro País y arengas para tomar el camino de la competitividad y el desarrollo y así arribar algún día al primer mundo. Lo anterior implica madurez, además de crecimiento; sólo se necesita voltear hacia los países desarrollados y ver lo que sucede allá con relación a éste y otros temas.

Veamos el ejemplo de Estados Unidos. Allá el licor sólo se vende en licorerías con horarios restringidos, el consumo de alcohol es para mayores de 21 años, si un menor de 21 años maneja y lleva alcohol -aunque sea en botella cerrada- va a la cárcel, pocos se atreven a desafiar la prohibición de manejar borrachos, existe una intensa participación de la sociedad civil y hay campañas de sensibilización.

Aún así el problema sigue siendo grave, ya que el vecino país no es uno de los mejores ejemplos de restricción. En México encontramos licor en Oxxos, gasolineras y hasta en farmacias; se puede consumir desde los 18 años; se observa a conductores o acompañantes disfrutar de su lata, botella o vaso mientras pasean; ya ni siquiera hay patrullaje -ni vehículos ni agentes suficientes- para disuadir sobre estas prácticas.

En Guadalajara, la proliferación de billares, micheladas y barras libres, así como la ampliación de los horarios de los antros se dio con los Gobiernos panistas. Seguramente coincidió con el crecimiento -que no con la madurez- de la Ciudad. Cuando Emilio González era Presidente Municipal de Guadalajara rechazó una propuesta para reducir los horarios de los antros; en ese entonces se argumentó que hacerlo afectaría el turismo.

Lo que no se nos presenta son los números que reflejarían el impacto positivo sobre el turismo, al abrir los antros hasta bien entrada la madrugada. Una vez que los presenten, debemos pedir las cifras de los saldos negativos que los antros generan en la competitividad, la delincuencia, la violencia y la salud: ausentismo, violencia intrafamiliar, enfermedades y accidentes (viales y laborales).

Crecemos, pero no maduramos. Queremos ejercer nuestra mayoría de edad, como Ciudad, dando rienda suelta a las limitaciones que teníamos en nuestra infancia.

Las ciudades maduras se han autoimpuesto limitaciones: de horario, de zonas geográficas o de penalidades, y hasta se han firmado pactos por la vida nocturna para garantizar la coexistencia de los derechos de los que se quieren divertir, pero también de quienes quieren y tienen derecho a descansar. En las ciudades maduras el alcohol acompaña la gastronomía o es complemento de una actividad cultural.

Eso suena muy aburrido, ¡sigamos disfrutando nuestro Síndrome de Peter Pan!