La izquierda mexicana no ha dejado de estar a debate desde el preámbulo del proceso electoral de 2006. Se cuestiona su calidad y la pertinencia de sus propuestas y acciones. La conclusión generalizada es contundente: tenemos una izquierda (entre otras características) premoderna, antidemocrática, intolerante y populista. No son pocos los que son seducidos por la idea de contar con una izquierda chilena, brasileña o española.
Derecha e izquierda son conceptos que corresponden a una lógica lineal. Podemos fácilmente imaginar una línea y situar, incluso con graduaciones, ambos conceptos. Izquierda y derecha corresponden, en sentido estricto, a orientaciones de política económica y su diferencia radica en el grado de intervención del Estado en los procesos de generación y redistribución de la riqueza.
Muy diferente es la clasificación de los partidos que atiende a los valores. Ahí podemos encontrar la diferencia entre partidos liberales y conservadores. En un escenario hipotético podríamos encontrar cuatro tipos de partidos: de izquierda-conservador, de izquierda-liberal, de derecha-conservador y de derecha-liberal.
En México nos limitamos a una discusión lineal y con un tremendo simplismo. Un partido de derecha es lo mismo que un partido conservador. Todavía peor, asociamos el populismo únicamente con la izquierda, cuando en otros países (no porque en México no suceda) los partidos de derecha ponen en práctica (en esa lógica) prácticas ultrapopulistas.
Pretendemos debatir en una lógica lineal de izquierda-populismo vs derecha. Si el populismo es un demonio que debemos exorcizar, y la izquierda es populista, el debate está perdido antes de empezar.
En esa pretensión de debate lineal renunciamos a entablar un planteamiento tridimensional. Nos olvidamos de que además de los lados existe la altura y la profundidad. La discusión del lugar vertical (arriba o abajo) en el que se encuentra nuestro país en diversos indicadores es prácticamente ausente.
Es fácil soñar con la izquierda ideal, y más aún si recurrimos a la comparación. También debería resultar fácil comparar con otros países nuestros niveles de bienes- tar, cumplimiento de obligaciones fiscales, desigualdad económica, porcentaje del presupuesto que se destina al gasto social y la velocidad con la que se avanza o se retrocede en los rankings internacionales.
Al hacerlo, nos daríamos cuenta de que no pocos países considerados de derecha instrumentan políticas públicas que aquí serían consideradas como ultrapopulistas: seguro de desempleo, jornada laboral de 36 horas, transporte público para estudiantes y personas de la tercera edad a precios que incluso aquí serían ridículos, medicinas gratuitas para los menores de 16 años, pensiones decorosas, subsidios escandalosos a la agricultura y la ganadería, etcétera. Estas políticas públicas se llevan a cabo en países considerados de primer mundo, más allá de si sus Gobiernos son de izquierda o derecha, pues los resultados de políticas como las mencionadas son los que finalmente determinan el lugar que ocupa un país en las tablas de posiciones en diversos ámbitos, medidos por varios organismos.
La discusión del lugar que ocupa México en estas tablas está ausente, así como también la forma en la que estos países han llegado a los mejores lugares. Esa es la otra discusión que hace falta. El método ya se puso en práctica: comparar varios tipos de izquierda. Ahora, comparemos nuestras políticas sociales, porcentajes de gasto social, de recaudación de impuestos o grado de desigualdad entre los más pobres y los más ricos, por solamente mencionar algunas.
Los hallazgos sorprenderían a muchos. Constatarían que las políticas impulsadas por algunos partidos de derecha (no sólo en países desarrollados) son más "populistas" que nuestra izquierda mexicana. Además de los lados, existe la altura. México requiere algo más que una discusión lineal.
España sí, Colombia no.
No hace mucho, Manuel Espino arremetía furioso contra José Luis Rodríguez Zapatero; lo acusaba de estar dispuesto a negociar con terroristas. Recientemente el Gobierno de Uribe manifestó su disposición para hacer lo mismo con las FARC a cambio de la liberación de rehenes. En el último caso Espino se ha callado. Desde su palco de la ODCA podría arremeter contra Uribe y no lo ha hecho. La diferencia: Zapatero es de izquierda y por tanto adversario de los aliados de Espino en España; por su parte, Uribe es de un partido de derecha. Lo dicho: se condena al practicante, no la práctica.
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