sábado, 2 de junio de 2007

Cereza sin pastel (I)

Primera de dos partes

Nueva York, Bilbao, Berlín, Venecia y Las Vegas tienen algo en común: cuentan con un museo Guggenheim. Guadalajara está en la ruta de unirse al grupo de estas ciudades. Sin duda, la idea de contar con un Guggenheim es por demás atractiva, como irresistible resulta hacer algunas consideraciones sobre su viabilidad.

Para convencernos de las bondades de este proyecto se argumenta el aumento de turistas con mayor potencial económico que visitarían la ciudad. Es difícil pensar que los flujos turísticos que tienen las ciudades mencionadas tengan como causa el establecimiento del museo, como difícil es imaginar que si no lo tuvieran el turismo vendría a la baja. La excepción es Bilbao, y es el "estudio de caso" de esta ciudad el que se refiere para "vender" el proyecto. Mucho se ha hablado del ejemplo de esta ciudad española y cómo "el Guggenheim" la transformó. Lo que se ha omitido es un análisis riguroso de lo que realmente ahí pasó.

Bilbao vivió un declive en las décadas de los setenta y ochenta. En eso nos parecemos: Guadalajara ha sufrido un deterioro durante los últimos 30 años. La diferencia es que en la ciudad española, antes de pensar en un museo, empezaron (a principios de los 90) a sentar las bases de su transformación.

Por cierto, a diferencia de Guadalajara, Bilbao era una ciudad industrial. Los esfuerzos por rediseñar la imagen y las condiciones socioeconómicas se vieron reflejados en iniciativas y proyectos con un objetivo en común: revitalizar la urbe. Las acciones se planearon estratégicamente con la participación de varias entidades públicas y privadas y con la coordinación y ejecución de una en especial, lo cual no ha comenzado a suceder en estas tierras, ni para el museo ni para otra cosa.

La diferencia aumenta cuando analizamos el origen de los recursos: el proyecto de revitalización de Bilbao se costeó con recursos públicos en, prácticamente, un... 100 por ciento. Aquí y ahora, el modelo keynesiano resulta impensable; son muchos los recursos invertidos para convencernos de que eso sería un sacrilegio para el exitoso modelo económico que tenemos en México.

Otra diferencia fundamental consiste en el destino de los recursos, que fueron invertidos básicamente en el transporte urbano y en la promoción económica con la estrategia de que se tuviera un efecto en cascada sobre otros aspectos de la vida urbana. Estas acciones ordenadas son las que han llevado a Bilbao a convertirse en una referencia obligada del urbanismo. Aquí no hay estrategia para lograr esta meta, o por lo menos no se ve. Lo que sí se percibe es que estamos al revés, pretendiendo revitalizar la ciudad a partir de un museo, cuando el ejemplo bilbaíno indica que el museo fue la cereza del pastel, consecuencia del convencimiento de convertirse en una ciudad moderna, abierta, y de lanzarla como tal. Las características de apertura y modernidad, con todo lo que implican, no necesariamente son el reflejo del pensamiento de los tapatíos.

Bilbao es un extraordinario ejemplo de la puesta en marcha de un concepto desconocido por los mexicanos: las "mejores prácticas" urbanísticas; pero el esquema que siguieron no es, por mucho (y no tendría porque serlo), innovador en lo que se refiere a procesos de revitalización urbana. Estos procesos son propios de las ciudades industrializadas en declive, como el caso de Pittsburgh, Baltimore o Birmingham.

Bilbao es un seguidor ejemplar de los esquemas de estas ciudades, al reconvertir espacios que eran dedicados a actividades obsoletas y destinarlos a la combinación de nuevas actividades culturales, residenciales, comerciales, productivas y de ocio.

Pensar que esta situación pueda llevarse a cabo en nuestra ciudad resulta, más que difícil, imposible. En primer lugar, el sitio donde se construiría el museo solamente considera este proyecto. En La Ría, donde está el Guggenheim Bilbao, se encuentra además la sede del Palacio de Congresos y la Música, galardonado en 2003 como el mejor centro de congresos del mundo.

Pero en lo que sí vale la pena reflexionar es en el costo de la transformación de Bilbao y en lo que nosotros estaríamos dispuestos a invertir. Para este museo se habla de un presupuesto cercano a los 200 millones de dólares, de los cuales la iniciativa privada se compromete a un reto que califican de mayúsculo: conseguir 70. Tan sólo en La Ría se invirtieron 577 millones de dólares, sin contar con el costo de los terrenos.

¿Le parece mucho? Lo invertido en La Ría es lo de menos; saque su calculadora y sume: los bilbaínos, además, invirtieron en la Avenida del Nervión 322 millones de dólares. En dos líneas del metro desembolsaron otros mil millones. En conectar el tren con el metro otros 100. Ampliar su puerto costó 900 millones más. Ampliar su aeropuerto costó 275 millones de dólares. En sanear el río gastaron 644 mdd. El museo costó 193 millones de dólares.

Bilbao, con una población de un millón de habitantes, ejerció en estos y otros gastos de reconfiguración urbana 5 mil 372 millones de dólares. Lo anterior equivale al presupuesto total de Jalisco durante dos sexenios. La diferencia es que Jalisco debe destinar el gasto a las necesidades de salud, educativas y burocráticas, de poco menos de 7 millones de habitantes.

Si se llegara a construir el museo, tendríamos la cereza; sólo nos faltaría el pastel.


rogelio_campos@yahoo.com