viernes, 2 de julio de 2010

Estado fallido

En septiembre del 2008, después de los atentados en Morelia, empezó a hablarse en México sobre el Estado fallido. Cuatro meses antes, en Estados Unidos se publicó "México: ¿En Camino de ser un Estado Fallido?", de George Friedman, un politólogo que dirige Stratfort, una consultora especializada en temas de inteligencia. Así como iniciaba, terminaba el artículo: lanzando preguntas, estableciendo dudas y señalando riesgos.

Académicos y editorialistas se colgaron del término para afirmar que México era o estaba en vías de ser un Estado fallido. El Gobierno y algunos "intelectuales" reaccionaron negándolo. Friedman nunca lo afirmó.

"Estado fallido" es el que no tiene la fuerza o capacidad para ejercer sus facultades, el que ha perdido el control sobre su territorio o el monopolio del legítimo uso de la fuerza, el que ha degradado su legitimidad para consensar decisiones de interés público, el que tiene poca capacidad para prestar servicios públicos y para interactuar como miembro de la comunidad internacional.

El término se posicionó como consecuencia del Índice de Estados Fallidos (IEF), elaborado por Fund for peace, organización enfocada a temas de seguridad. Este think-tank lo publica desde 2005 en la revista Foreign Policy.

El IEF clasifica 177 países basándose en 12 factores y los coloca en cuatro grupos. Trece conforman el selecto grupo de los Estados sustentables; 35 pertenecen al grupo que de manera aceptable o moderada cumple con las funciones evaluadas; 92 están en riesgo (aquí entra México) y 37 en alerta. Al promediar los 12 factores, 81 países tienen mejores condiciones que México y 95 están peor que nosotros. De 2007 a la fecha hemos descendido seis posiciones.

Al analizar cada uno de los factores, los resultados son alarmantes. En media docena de ellos estamos por debajo del lugar 90: presión demográfica creciente (94); crisis económica aguda (103); intervención de otros Estados o actores políticos externos (116); migración -huida- crónica de la población (120); desarrollo económico desigual entre grupos (133), y el aparato de seguridad opera como un Estado dentro del Estado (133).

En estos seis factores estamos debajo de media tabla, y países del cuarto grupo (alerta) llegan a estar por encima de nosotros; es el caso de Bangladesh, Burkina Faso, Myanmar, Burundi, Congo, Corea del Norte, Costa de Marfil, Eritrea, Georgia, Irán, Líbano, Liberia, Malaui, Nepal, Níger, Nigeria, Paquistán, República Centroafricana, Sierra Leona, Sri Lanka, Timor Oriental y Uzbequistán.

Quienes defienden que México no es un Estado fallido pueden apelar a nuestra clasificación en el ranking. Dirán "hay otros países con peores condiciones que nosotros". Es la misma estrategia que utiliza Fernando Guzmán cuando dice que la violencia no está desbordada, que Jalisco está lejos de la inseguridad que hay en otros Estados, etcétera.

Si somos o no un Estado fallido, no es lo importante. Ni siquiera existe esa clasificación binaria: fallido/no fallido. Se pretende discutir conceptos sin siquiera conocerlos, y pareciera que la meta está en ver quién tiene la razón... y lo peor, parece que lo hacen de mal humor y echando pleito.

Lo importante en este caso es que hay un índice que califica factores, y que en la mitad de ellos nuestra situación es vergonzosa y dramática; que detrás de cada cifra alarmante se encuentra la realidad -infernal- de millones de familias.

A la autoridad se le paga para que atienda esa situación, no para engancharse en discusiones de temas que parecieran desconocer, o para defenderse de cuanto indicador -que nos reprueba- se publica, o para pedir lastimosamente que lo defiendan los hombres del dinero o de la comunicación.

A la autoridad se le debe exigir ventilar y discutir las causas que nos postran en el sótano de no pocos indicadores o sus componentes, así como presentar propuestas viables y medibles para revertirlas. También se le debe exigir un mínimo conocimiento del tema, además de humildad, generosidad y nobleza.

Y en eso sí, en la reacción ante la realidad sí son totalmente fallidos, de acuerdo con la definición del término: frustrados, sin efecto, quebrados y sin crédito. De ahí la importancia de que la ciudadanía no se deje contagiar.


rogelio_campos@yahoo.com