En el ajedrez hay un adversario enfrente, en el solitario la habilidad propia es lo que cuenta. El ajedrez supone pensar movimientos para atacar, pero se debe defender; ambos jugadores piensan en la movida inmediata, pero solamente los buenos pueden pensar en las próximas cinco o seis jugadas. En esta lógica, los promotores del voto nulo estarían jugando solitario, no ajedrez.
Siempre se ha contabilizado un considerable porcentaje de votos nulos. La historia del IFE registra un promedio de 3.27 por ciento -más de lo que llegan a obtener algunos partidos- y un récord de hasta 4.83 por ciento.
El éxito de la campaña para anular el voto deberá medirse a partir del porcentaje adicional -a las cifras mencionadas- que obtenga esta opción.
El voto nulo unificará por un brevísimo instante a los inconformes con diversas causas, pero entre los anulistas hay diferencias irreconciliables: lo mismo están los dolidos con el partido que los encumbró (Dulce María Sauri, del PRI; o el primo del Presidente de la República, del PAN), los que han tenido altísimos sueldos en el Gobierno federal (el entonces encargado de Internet de Los Pinos y ahora del Centro Fox), los ciudadanos informados y desinformados, los que quieren intervención del Estado en la economía y los neoliberalistas a ultranza, los que tienen buenas intenciones y los que no.
Si bien el movimiento resulta novedoso, por sus consecuencias estaríamos frente a una práctica tan vieja como conocida: la misma que propiciaron en su tiempo los "partidos satélite". Si el voto nulo alcanzara hasta un 8 por ciento, estaríamos frente a un resultado real -propiciado por el movimiento- de poco más del 4 por ciento... que sería un porcentaje similar al que en otras elecciones han obtenido los "partidos satélite".
En su momento, estos partidos eran inflados por el Gobierno para restar votos a la Oposición real, entendida como aquella que puede agruparse en los partidos grandes, capaces de generarle altos costos de negociación al Gobierno.
En las elecciones intermedias, el voto de castigo o de refrendo de confianza al partido en el Gobierno tiene reservado un lugar preponderante. El voto nulo ha venido a ocupar ese lugar en la discusión nacional. Se castiga o se premia de acuerdo a los resultados y a lo prometido en campaña. Con esta novedad, la propuesta es castigar -con latigazos de desprecio- a todos por igual.
No es la primera vez que se "convence" a la ciudadanía para que no vote por el partido de su preferencia. En el 2000 se puso sobre la mesa el voto útil, y tenía como meta inmediata sacar al PRI de Los Pinos. Para poder lograr el objetivo se trataba de que los ciudadanos rechazaran al partido por el que querían votar. La meta a mediano plazo era acabar con la corrupción y todo lo malo que, hasta ese momento, era atribuible -en exclusiva- al PRI. Suficientes ciudadanos fueron generosos para renunciar a su convicción partidista inicial y apoyar la propuesta que surgía en pleno proceso electoral.
Seis años después, una parte considerable del electorado dejó de votar por el partido de su preferencia inicial y tuvo que optar entre dos propuestas: cambiar la política económica o impedir que un "loco peligroso" llegara a la Presidencia. A mediano plazo, la meta de la propuesta ganadora era -entre otras- generar un millón de empleos al año.
En el 2000 y en el 2006 se cumplieron las metas inmediatas en la misma proporción en que se incumplieron las de mediano plazo. Es más, en el mediano plazo se agudizaron los males a erradicar.
En ese sentido, la meta de corto plazo en el 2009 -de la nueva propuesta que surge en pleno proceso- es mostrar rechazo, repudio y hartazgo. Sería interesante conocer la opinión de los electores que renunciaron al voto de su preferencia y que fueron fundamentales para hacer posible el voto útil en el 2000 y para frenar la llegada de AMLO en el 2006 ¿De qué estarán más hartos hoy, del partido de su preferencia inicial o de la propuesta -sacada de la manga, en cada uno de esos procesos- que respaldaron?
La historia está del lado de los anulistas: la meta inmediata se conseguirá. Lo que está por verse es si los objetivos de mediano plazo se cumplen: que los partidos volteen hacia la población, además de candidaturas independientes, entre otros. Ojalá que se cumplan, pero si la historia se repite, los males podrían agudizarse.
¿Hay un peor escenario que el actual? La respuesta es afirmativa. Los anulistas pretenden jugar ajedrez y lo que están jugando es solitario. Parten del supuesto de que no hay peor escenario que el actual ni intereses reales que aprovecharán el descrédito de los partidos para arrinconarlos y eventualmente colapsarlos... ese fue exactamente el preámbulo de lo que sucedió en Venezuela con Hugo Chávez y en Perú con Alberto Fujimori.
rogelio_campos@yahoo.com