El ceremonial y los festejos que tuvieron lugar el pasado martes con motivo de la toma de posesión de Barack Obama nos permitieron apreciar con gran facilidad la realidad de nuestro país y contrastarla con la Unión Americana. No son pocas y sí profundas las diferencias que dan sustento a los símbolos que enmarcaron el primer día de un nuevo Presidente. Todo ceremonial encierra y a la vez refleja cuestiones históricas, culturales y sociológicas.
La posibilidad de compararnos existe desde antes de la transmisión televisiva. Abundan los estudios e índices que evalúan diversos aspectos de los países. Los estudiosos se toman la molestia de ordenar los países de acuerdo con los resultados que arrojan las variables que analizan, y nos presentan un ranking por cada estudio. Están a disposición de todos en Internet.
Pero más que un país de lectores, somos netamente televisivos. Esa es la causa de conformarnos con la verdad oficial que nos dice que vamos bien. No importa si en las comparaciones estamos, cuando mucho, a media tabla. Tampoco importa si en esas tablas de posiciones vemos de un año a otro que otros equipos -países- nos alcanzan o nos rebasan.
Pero el hecho de ser televisivos, aunado a la Obamanía mundial, nos ha permitido observar lo que pasa en un día de toma de posesión allá y contrastarlo con lo que pasa aquí. Las similitudes las conocemos: tenemos un régimen presidencial, que fue diseñado por primera vez en la Unión Americana en la Constitución de 1787; tenemos un sistema federal (mucho más formal que real) que copiamos del vecino país del Norte; vamos, hasta se ha tratado de justificar que existan campañas negras, porque allá existen. Pero es momento de analizar algunas pequeñas, pero profundas diferencias.
El pasado martes, como dicta la tradición, la ceremonia fue a las afueras de la sede del Legislativo y la muchedumbre se apostó en un espacio público. El Presidente frente a un muy vivo y representativo uno por ciento de la población total de su país. Se conocía el recorrido -triunfal y espectacular- de la Casa Blanca al Capitolio.
En México, la tradición dicta un lugar cerrado, en el que solamente tienen cupo los legisladores, Gobernadores, invitados especiales, la cúpula dirigente del país. Ni hablar de la última toma de posesión, en la que las calles estaban tomadas por la fuerza pública, y por tanto desoladas, y en la que no se conocía el recorrido del Presidente, con entrada subrepticia y aparición repentina. La política se puede entender como algo abierto o algo cerrado, vigoroso o desolado; algo que se comparte con el pueblo o solamente con las cúpulas.
La ceremonia se inauguró con la música soul de Aretha Franklin, el violinista Itzhak Perlman, la pianista venezolana Gabriela Montero y el chelista Yo-Yo Ma. Expresión artística con una amplia presencia. Además, la fineza de reflejar la realidad plural de la Unión. La pluralidad en México más bien resulta molesta. La tolerancia, no obstante ser un valor de la democracia, se encuentra ausente. Aquí resulta impensable la posibilidad de que convivan en un acto política y arte. Resulta paradójico, porque durante años hemos presumido nuestra cultura milenaria y hasta nos hemos dado el lujo de decir que los Estados Unidos carecen de ella. Vivir del pasado, renunciar al presente.
Mientras en Estados Unidos se jura sobre la Biblia, aquí desterramos hasta la palabra jurar y la sustituimos por "protestar". Pero en los hechos el resultado es inversamente proporcional al ritual, somos un país más confesional que la Unión Americana.
Ni pensar en contar con un vicepresidente, como lo tienen los que inventaron el presidencialismo. La desconfianza, la sombra de la posible traición se posan en nuestra psique política.
Obama pronunció un breve discurso. Ni hablemos de la reacción de la muchedumbre, que en esta ocasión sin duda fue más entusiasta que en muchas otras. Aquí los discursos son tan largos como tediosos y apenas logran arrancar contados aplausos de la clase VIP.
El martes, Obama asistió a una docena de ceremonias. Almuerzos y bailes con grupos representativos: militares, vecinos de Washington, jóvenes de Chicago, etcétera. Aquí el festejo es en petit comité. Para qué hacer tantos bailes si aquí se arregla todo con un festejo de cúpulas: del partido, empresarial, clerical, sindical.
Al día siguiente del juramento, Obama volvió a jurar debido a que el Presidente de la Corte se equivocó en el fraseo que -según el ritual- debe repetir el Presidente electo. Cabe mencionar que el error no fue de Obama, quien visiblemente se percata del error. En 2000, durante la toma de protesta, Fox deliberadamente alteró el texto constitucional que debía pronunciar. Aquí se perdonó la falta, pasó por alto. Total, qué tanto es tantito, mucho menos tratándose de la Constitución.
Las diferencias que apreciamos reflejan prejuicios profundos respecto a la política. Tenemos una subcultura de la democracia que se caracteriza por la falta de generosidad, la desconfianza y la simulación, y por una visión excluyente y discriminatoria. La política es algo que padecemos, externo, ajeno.
La Unión Americana no es -por mucho- a pesar de que así nos la presenten algunos, un país exento de los defectos de la política y del modelo democrático al que se aspira, pero sí es la cuna de figuras que hemos copiado: presidencialismo, sistema democrático moderno y federalismo. A la copia le siguen haciendo falta cuestiones medulares para parecerse al original, o por lo menos para funcionar o ya de perdida, para entusiasmar.
rogelio_campos@yahoo.com