Nos quejamos de la inseguridad pública, que permite que nos roben de a poco. En cambio, toleramos la inseguridad jurídica, que cancela lo más importante: la posibilidad de futuro
Confusión en varios aspectos es lo que priva en los mexicanos como consecuencia de la escalada de violencia que se viene sufriendo. No solamente estamos confundidos y perplejos, con desasosiego y turbación de ánimo. También lo estamos por el clima de abatimiento y humillación que padecen miles de compatriotas al ser víctimas materiales o potenciales de la delincuencia. Pero también el término confusión se aplica para quien mezcla o funde cosas diversas y para quien se encuentra equivocado.
Los mexicanos podríamos estar mezclando o fundiendo términos. La marcha que se ha convocado es para protestar contra la violencia. Algunos encuentran el antecedente a esta -seguramente- monumental marcha en el año 2004. En aquella ocasión se marchó contra la inseguridad. Violencia e inseguridad se relacionan, pero no son lo mismo. Cuatro años después volverá a participar México Unido contra la Delincuencia, la asociación que entonces convocó a aquella marcha. Delincuencia, inseguridad y violencia se relacionan, pero no son lo mismo.
El cambio de término entre la marcha de 2004 y la de 2008 reflejaría una transformación del problema o la percepción que se tiene del mismo. Antes se reclamaba seguridad. Si hoy se protesta contra la violencia y este último problema fuera resuelto, podríamos quedar en el estado en el que nos encontrábamos en 2004, sufriendo o percibiendo una inseguridad sin violencia o tal vez menos violenta.
Lo que queda claro es que en todos los casos -delincuencia, inseguridad y violencia- se vienen limitando los términos para referimos básicamente al concepto de seguridad pública.
Nos quejamos y protestamos -y está bien hacerlo- contra la "delincuencia de abajo", que extorsiona, asalta transeúntes, roba casas, negocios, autos o camiones; a la que secuestra. Pero no nos quejamos con la misma intensidad contra la "delincuencia de arriba". La delincuencia institucionalizada y la de cuello blanco roban a gran escala, asaltan con la ley en la mano, dejan sin casa o sin negocio. Ante esa delincuencia nos rendimos. Curiosamente en este caso no confundimos, no mezclamos términos, sino que tomamos el cuidado de separarlos.
En materia de seguridad se repite el esquema. Confundimos el término seguridad con el de seguridad pública. Nos quejamos de la inseguridad pública, que permite que nos roben de a poco. En cambio, toleramos la inseguridad jurídica, que cancela -nos roba- lo más importante: la posibilidad de futuro.
En este esquema de miopía estamos confundidos -equivocados- al reducir nuestro concepto de propiedad tan sólo a lo privado e inmediato. Renunciamos a ver como nuestra propiedad los bienes y servicios públicos: ríos, mares, bosques, parques, calles, transporte. Igualmente, renunciamos a ver como propio el futuro.
En nuestro esquema, lo único que nos pertenece es lo privado y actuamos en consecuencia. En ese sentido, todo lo que también nos pertenece, lo público, y a lo que cobardemente hemos renunciado, nos lo pueden robar y se puede dañar, pues en nuestra apreciación, no nos pertenece.
Al defender únicamente lo privado hemos abandonado la plaza. No se puede defender lo público desde la trinchera de lo privado. Lo peor: no se puede defender eficazmente lo privado sin las herramientas de lo público. Esta atrofia de no usar y disfrutar lo propio explica nuestra torpeza cuando se trata de reclamar seguridad pública. No sabemos cómo hacerlo y queda la duda de si sabemos lo qué es.
En materia de violencia, nuevamente limitamos el concepto. Lo reducimos a la violencia como instrumento de la delincuencia. Sin embargo, hemos renunciado a luchar contra los distintos tipos de violencia que ejercemos en nuestra sociedad: violencia intrafamiliar, de género, explotación infantil, discriminación de todo tipo. Difícilmente asociamos el término con los accidentes violentos, esos que están cobrando la vida de jóvenes alcoholizados. Si lo asociamos, tenemos una inmunidad brutal frente al fenómeno o bien una incapacidad monumental para imaginar o hacer algo al respecto.
Esa visión limitada de violencia o renuncia a la capacidad de indignación por la violencia en general nos pone en estos momentos en un serio predicamento de congruencia. Debiéramos preguntarnos contra qué específicamente estamos protestando o qué específicamente nos tiene indignados.
Bien lo decía el empresario Martí en su disertación del jueves, cuando se refería a las autoridades: "si no pueden, renuncien". Sin duda habló a nombre de la sociedad mexicana que es conocedora en esa materia. Con nuestros hechos demostramos que hemos renunciado a lo público y a ser congruentes. Hoy sufrimos las consecuencias y estamos confundidos, en los varios sentidos del término confusión: mezclamos los términos, estamos perturbados, nos sentimos humillados, pero lo más importante: nos hemos equivocado y debemos empezar por reconocerlo.