Retrata nuestra hipocresía, porque nos rasgamos las vestiduras ante vejaciones que sufren en territorio del país vecino, pero fingimos no ver el infierno que viven al regresar a México: robos, secuestros, extorsiones, entre otras brutalidades.
Nos aterrorizamos ante el maltrato de que son objeto en la Unión Americana, pero disimulamos frente a las mismas -o peores- prácticas que sufren los mexicanos o centroamericanos durante su paso por México.
Los caudales de migrantes que van en busca de mejores ingresos reflejan el fracaso de nuestra economía. Hemos sido incapaces de generar empleos -en cantidad y calidad- que podrían retenerlos.
Algunas autoridades se dan golpes de pecho y exaltan el modelo tradicional de familia, pero ese modelo es inviable por la ausencia del padre -y cada vez más de la madre-, que deja a su familia para tener ingresos que su país les niega. Muchos pueblos se caracterizan por la ausencia de varones hijos de familia que no podrán forjar familias en México.
La importancia de las remesas es vital para la sobrevivencia de México. Sirven para que millones de mexicanos completen el gasto y construyan su casa, y son divisas fundamentales para nuestro comercio exterior.
México es el líder en remesas en el continente y ocupa el tercer lugar mundial, después de China (1,300 millones de habitantes) e India (1,150 millones). Nuestro país no se explica sin remesas, y por eso son citadas en los informes e indicadores económicos, pero pareciera que es lo único que importa; basta ver que nuestros paisanos fueron salvajemente excluidos de los festejos del Bicentenario.
El caso de nuestros migrantes echa por tierra el argumento facilón -propio de las derechas- de que "la gente que no trabaja es porque es floja". Los migrantes demuestran lo contrario: ahorran para su travesía al Norte, para el pasaje y hasta para el pollero. Lo hacen para trabajar, no para echar flojera en Estados Unidos. Así demuestran su capacidad de laborar largas jornadas sin prestaciones, de especializarse o de trabajar con calidad en la construcción y en otras actividades.
Los migrantes son ejemplo de voluntad y sacrificio. Su amor por México no para en el heroísmo de su travesía o de sus jornadas: mandan remesas para el gasto familiar y dinerito para que se hagan miles de obras públicas o comunitarias con el programa "tres por uno". Así remodelan las plazas e iglesias y construyen redes de agua y drenaje.
Además de campesinos y obreros, últimamente se van empresarios y profesionistas de alto nivel buscando un mejor entorno y condiciones de seguridad. En algunos casos los empresarios "exilian" a sus familias y siguen trabajando aquí. En los últimos cinco años, 500 mil mexicanos que residían en Ciudad Juárez viven hoy en El Paso. Texas, justo al cruzar la frontera con EU.
Migración interna
También tenemos en México corrientes de migración interna que reflejan el fracaso de las políticas económicas y de población. Miles dejan su terruño para emplearse en la construcción, el campo o el trabajo doméstico. Esta migración pareciera no existir para nosotros: no hay datos ni estadísticas, pero sí existe y nos refleja como sociedad.
En una proporción importante, son mexicanos que no sabían hablar, leer ni escribir castellano y que lo han aprendido. Son agentes económicos bilingües que atienden sus necesidades y además envían dinero a sus pueblos. Sus ingresos les permiten convertirse en empleadores, pues con sus remesas se paga la mano de obra de la cosecha.
Cuando regresan -cíclicamente- a sus pueblos ayudan en la cosecha, compran pequeñas propiedades o auxilian en la construcción y mejoramiento de sus casas. A estos migrantes también los discriminamos e ignoramos en muchos aspectos: los ninguneamos.
Somos un país de migrantes y estamos en deuda con ellos. Mañana se celebra su día y ya es tiempo de pensar en ellos como ejemplo y de reconocer su valor, su coraje, su espíritu. Lamentablemente, no hay festejos para ellos, pero muchos de nosotros podemos empezar a honrarlos.
rogelio_campos@yahoo.com
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