El próximo martes inicia el mes de la Patria y resulta lamentable el estado que guardan los festejos por el Bicentenario. El sentido común indicaría que este primero de septiembre entraríamos en la etapa culminante de la conmemoración. Un año de festejos que concluirían el 20 de noviembre de 2010 -aniversario del Centenario de la Revolución- o el 6 de diciembre, fecha de la abolición de la esclavitud en Guadalajara.
De los festejos no se sabe nada. La "organización" es un desastre, la comunicación peor. Lo que se puede advertir es que para las autoridades lo importante es el Bicentenario y tratan de ignorar el Centenario. Pareciera que les estorba la Revolución Mexicana... no saben cómo esconderla.
Los mayores de 40 años podemos recordar los festejos en la Unión Americana con motivo del Bicentenario de su Independencia. Los mayores de 30 años presenciamos los festejos por el Bicentenario de la Revolución Francesa.
Se ha dejado pasar esta cifra emblemática con una negligencia tremenda, no obstante que la responsabilidad de México -en la conmemoración- tiene una dimensión que trasciende nuestras fronteras. México debería estar encabezando los festejos de la Independencia de los países de Latinoamérica e incrementar su presencia en los festejos en la Unión Americana para la quinta parte del total de los mexicanos que habitamos el planeta.
No se trata de construir -como en París en 1989, o en nuestro País en 1910- un monumento o un edificio emblemático que sea referencia del acontecimiento. Tampoco que haya monedas -Bicentenarios- de oro. No es que se esté pidiendo eso, aunque estaría muy bien que se hiciera como parte de otras actividades. Si se alega falta de dinero o la crisis, bastaría comparar el costo de la obra que se pretenda realizar con las que se construyen para los Juegos Panamericanos.
Tuvimos la imaginación para festejar el Milenio y hasta se mandaron a hacer unos arcos que -decían sus promotores- se convertirían en algo similar a la Torre Eiffel, transformarían las críticas en elogios y terminarían siendo un referente obligado de la Ciudad; miles acudirían a contemplarlos. En esa aventura llevamos invertidos 80 millones de pesos.
También imaginamos que un Guggenheim o los Juegos Panamericanos transformarían la Ciudad. Arcos inconclusos, Guggenheim sin una sola piedra y Panamericanos -sin todas las obras públicas ofrecidas- que se han venido desdibujando.
Nos faltó la imaginación para festejar el Bicentenario y el Centenario. Nunca vimos en esa fecha la oportunidad para construir un monumento -aunque se quedara inconcluso-. Al Guggenheim le regalamos el terreno de un parque público, pero nos faltó esa imaginación para hacer dos parques: uno Bicentenario y otro Centenario. Y eso que en el discurso se menciona constantemente el cliché de "rescatar los espacios públicos".
También faltó imaginación para ligar la historia de las naciones de Latinoamérica -muchas de ellas celebrarán en 2010 el Bicentenario de su Independencia- con la justa panamericana.
Se ha dejado pasar la fecha para enviar un mensaje de concordia y fraternidad. Lejos de lo anterior, 2009 fue el escenario elegido por los hombres del Presidente para reeditar su numerito de 2006: tratar de tundir a sus principales adversarios políticos.
Ni hablar de la oportunidad -que se va- para replantear nuestro pacto social. Los festejos de 1989 en Francia fueron el marco para reformar varias y muy importantes leyes. Se fue la oportunidad de imaginarnos en el futuro y -como hoy se dice- relanzarnos.
Todos somos responsables de esta monumental omisión, pero principalmente nuestro Jefe de Estado, al que le sobra enjundia para casi todos los temas. El optimismo que desborda a la menor provocación tiene en el Bicentenario y en el Centenario su kriptonita. Ahí no le entra.
Quizás todo lo anterior sea porque no hay mucho que celebrar, pero lo interesante era crear la oportunidad. Nada más se trataba de ver en el Bicentenario lo que algunos quieren ver en los Panamericanos.
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