Hay otras situaciones en las que figuradamente podemos hablar de rediles. Es el caso de la malla ciclónica que se instaló el pasado fin de semana en el muro de contención que divide el sentido de los carriles del Periférico. Se colocó para la operación y funcionamiento del nuevo "redil" y va desde la salida del estadio hasta el puente peatonal de la Universidad del Valle de México, para evitar que los peatones crucen en el nivel del arroyo vehicular.
No es el único caso en el que se ha optado por instalar barreras físicas para humanos como si se tratara de animales. Igual sucede con las barreras físicas que dividen a los jugadores de los aficionados en los estadios. Recientemente este tipo de mallas se ha empezado a retirar en México. En el Old Trafford, estadio de los Diablos Rojos del Manchester United, hace tiempo que se juega sin estas barreras divisorias.
Resulta entendible que en el caso de las Chivas haya rediles y que en el caso de los toros haya toriles. Las barreras físicas -en algunos casos- son propias para los animales. Lo anterior, con el riesgo de lo que digan los defensores de los animales.
Debemos reflexionar sobre las razones que nos llevan a instalar en México este tipo de barreras para humanos, como los topes que pretenden que los vehículos se detengan o reduzcan la velocidad.
En no pocas ocasiones estas barreras son destruidas: las mallas que incentivan a cruzar por el puente peatonal son levantadas o las tumban para poder cruzar por el arroyo vehicular. En otras ocasiones las barreras son ignoradas: los conductores pasan rapidísimo por encima de los topes o reductores de velocidad... aun a costa de atrofiar las llantas o la suspensión de sus propios vehículos.
En un país desarrollado, un disco que marca el límite de velocidad hace que -como por arte de magia- los conductores la reduzcan, y con ellos, los peatones atienden las diversas limitaciones y prohibiciones que se les indican por medio de señalamientos.
Lo anterior se podría explicar por la escasez de "capital social", que mide la colaboración entre los diferentes grupos de una sociedad y el uso individual de las oportunidades surgidas a partir de ello. El capital social tiene dos pilares fundamentales: la confianza mutua y la existencia de normas efectivas.
La existencia de barreras físicas para humanos refleja que no hay confianza. Permitimos que pongan topes porque no confiamos en que los conductores reducirán la velocidad con un simple señalamiento. Al permitirlo estamos avalando que los demás desconfíen de nosotros, y por consecuencia, desconfiamos de nosotros mismos.
También refleja la ausencia de normas efectivas. El poder de un señalamiento en un país desarrollado no radica en la magia, sino en que hay cámaras, radares y multas: disuasivos para no incurrir en lo que está prohibido. Este entramado sustenta que la norma tenga un alto grado de efectividad.
Robert David Putnam, catedrático de Harvard, es uno de los estudiosos más reconocidos en el tema de capital social. Putnam sugiere que el bienestar económico y social depende del grado en que el comportamiento de sus habitantes se acerque al ideal de una comunidad cívica. Es decir, debe tener compromiso cívico y participación activa en asuntos públicos; igualdad política: todos tienen los mismos derechos y obligaciones, no hay concepto de Gobierno y gobernados sino de interacción y cooperación; solidaridad, confianza y tolerancia: los ciudadanos confían en los demás y, además, lo hacen con respeto y amabilidad.
No podemos anticipar que la sociedad tapatía no tenga necesidad de verse cercada por vallas o alambradas para que, en orden, respeten señalamientos viales y sugerencias gubernamentales.
Hablando de respeto y amabilidad, qué podemos pensar si hoy, cuando Edwin Van Der Sar, guardameta del Manchester United, haga su primer saque de meta los asistentes le gritan un sonoro: ¡...uuuuuto!
rogelio_campos@yahoo.com
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