viernes, 12 de febrero de 2010

Casinos

El crecimiento de los casinos en nuestra Ciudad resulta impresionante. De tener tres en 2003 hemos pasado a 16 y contando. Estos giros han desafiado la mayor crisis económica de la historia de México y han tenido un comportamiento inversamente proporcional al de todos los sectores de la economía del País: agricultura, ganadería, industria, comercio y servicios (incluido el turismo). En este sentido, los casinos en México son un caso extraño, pero por otro lado constituyen un ejemplo típico de lo que ha venido ocurriendo en México en los últimos años.

Hacia finales del sexenio de Vicente Fox, en la Cámara de Diputados se discutía si debía permitirse la instalación de casinos en México. Era una discusión añeja, como muchas que se dan en el País sobre los temas más diversos. Ideas a favor y en contra fueron y vinieron. Luego, de manera intempestiva se canceló la discusión y el entonces Secretario de Gobernación, Santiago Creel, se aventó la puntada de autorizar cientos de permisos para casas de apuestas.

La historia tiene rasgos típicos de lo que sucede en México: no importa lo que se discuta, mucho menos convencer, el método que vale es el de la imposición; la mejor forma de hacerlo es el albazo; no importa lo que diga la gente, ya se le olvidará. La prueba está en que Creel ya busca de nuevo la candidatura a la Presidencia de la República y apuesta a que ese capítulo ya se olvidó.

No son los únicos rasgos -típicamente mexicanos- que distinguen la génesis del florecimiento masivo de los casinos. También encontramos que muchos de los argumentos con los cuales se pretende convencer sobre tales proyectos son falsos.

Se decía que estos establecimientos fomentarían el turismo. Si consideramos que el turismo bajó considerablemente en el 2009 y que los casinos se siguen viendo con mucha gente y, además, cada mes se inaugura uno... encontramos que quienes están jugando son los lugareños, no los turistas.

Notas periodísticas dan cuenta de la asiduidad de los tapatíos con una decena de tarjetas de distintos casinos o de quien ya llega diario a su misma máquina. Diríamos que ya nos parecemos a Las Vegas, pero sin los espectáculos -algunos gratuitos- de primer nivel que ofrecen los casinos de allá, y sin la construcción de habitaciones que necesariamente implica la ampliación real de la oferta turística.

El pasado miércoles MURAL publicó un excelente trabajo de investigación que deja al descubierto algunos rasgos muy particulares de nuestra forma de imitar lo que sucede en el primer mundo. Mientras en la Unión Americana hay servicios de apoyo para los que caen en el vicio del juego (líneas telefónicas las 24 horas, ayuda sicológica, etcétera), en México nos conformamos con las maquinitas y las mesas de juego. Si alguien cae en el vicio o se le vuelve un problema inmanejable será su asunto, ¿por qué lo va a ser de los dueños de estos establecimientos o de la sociedad?

Por supuesto que los servicios de apoyo se financian con fondos obtenidos de las ganancias de los dueños de estos negocios. Pero aquí las ganancias no deben tocarse, aquí "todo es para el vencedor".

Algo similar sucede en otros países con el tema del alcohol. Los establecimientos tienen alcoholímetros y son responsables de lo que haga un cliente que se ha embriagado. Aquí no, lo que importa es que consuma alcohol, y lo que ocurra después es problema del alcoholizado.

El trabajo de investigación también demuestra otros contrastes. En la Unión Americana, además de que los dueños de los casinos pagan impuestos adicionales, existen clínicas especiales para tratar la ludopatía e instituciones de Gobierno que se ocupan de la adicción del juego, además de capacitación para empleados de los casinos en la atención a ludópatas, información de auxilio en los casinos y cifras de la cantidad de adictos que se estima existen. En México no tenemos nada de lo anterior.

Los casinos son uno de los ejemplos más completos que nos pueden dibujar como sociedad cuando queremos parecernos al primer mundo. Nos dejamos deslumbrar por lo que se ve y no reparamos en los cimientos, en los costos y en las consecuencias. Una vez que tenemos el problema, hace falta que nos lo hagan ver, y una vez que esto sucede... tampoco nos importa.


rogelio_campos@yahoo.com

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