21 Feb. 09
Ayer se estrenó Dr. Frankenstein, ópera rock producida por Cultura UdeG, que reúne a destacados músicos -varios de ellos de Guadalajara-. No puedo evitar los recuerdos de la infancia que -como seguramente a muchos- me trae el nombre de la obra de Mary Shelley.
Los niños asocian Frankenstein con una criatura que da miedo. No es hasta que leemos la obra cuando nos damos cuenta de que Víctor Frankenstein es un joven doctor suizo y que la criatura -su creación- no tiene nombre. El monstruo es creado con partes de cadáveres que adquieren la chispa de la vida cuando son sometidos a los experimentos eléctricos de Víctor.
Algo similar pasa con lo que en Jalisco y en México llamamos política. Como sociedad hemos creado algo amorfo. A esa creación todos le llamamos política, pero no lo es, como no era un ser humano el resultado del experimento de Víctor.
Al igual que el joven suizo, hemos usado partes muertas -y por tanto inservibles- para confeccionar nuestra nueva realidad "política"; por ejemplo: "la línea", consistente en que todos los diputados de un mismo partido voten en un mismo sentido; hace mucho que la repudiamos, luego la condenamos a muerte y con la alternancia la sepultamos. Pero hemos recogido esa parte del sistema muerto para integrarla en lo que hoy llamamos política, y está más viva que nunca. Lo mismo pasa con el mayoriteo, que consiste en imponerse a las minorías, y que también fuera condenada a muerte con enjundia, convencimiento y vehemencia.
La corrupción, esa parte que pensábamos exclusiva del viejo régimen. Este elemento -corrupción- con olor a muerto, ha sido rescatado por nuestra sociedad y debidamente insertado en el andamiaje de nuestra vida "política", y hoy -como nunca-, forma parte vigente de nuestra creación.
Así podríamos seguir con tantas prácticas que como sociedad sepultamos y que, como Víctor, hemos rescatado, las hemos vuelto a unir, y hoy conforman una cosa amorfa que llamamos política.
La política en realidad es un arte, el arte persigue la estética. Lo que hoy tenemos no llega ni a artesanía. El arte requiere artistas, personas que se preparan para dominar la técnica y que cuando llegan a dominarla pueden crear.
En el caso de la política se crean soluciones, acuerdos, mejor convivencia. Los que hoy tenemos no llegan ni a aprendices. Si la equiparáramos a otras artes, más que tener escultores parecería que lo que tenemos son los Picapiedra, dedicados a extraer las piezas de mármol tan necesarias para la escultura. Tan valioso el trabajo de los Picapiedra como el de los artistas, pero ni los primeros pueden hacer arte ni los segundos extraer rocas.
Lo que hoy verdaderamente tenemos es poder, que si bien es el origen de la política, como tal es primitivo. La lógica del poder es la dominación, mientras que la de la política es el Gobierno. Por eso las prácticas a las que hoy asistimos son propias de la dominación. El que domina tiene el poder -no la autoridad- y al poder no le interesa convencer; su objetivo es vencer, avasallar. Los ciudadanos la padecen, pero los miembros de los partidos también.
No renegamos de nuestro origen primitivo, de provenir de seres que se cubrían con pieles, que no tenían lenguaje, que dominaban. Pero aspiramos a la superación; por eso el ser humano ha evolucionado y creado; ha llegado al punto de crear el concepto de lo estético, del arte. De ahí el surgimiento de los Gobiernos, donde la dominación tiende a ser mucho más sutil.
Cuando Víctor Frankenstein ve su obra terminada se aterroriza de lo que ha creado y le resulta repugnante. De la misma forma nos sucede como sociedad ante el engendro que hemos creado con partes -muertas- de lo que en su tiempo fue poder.
En la obra, Víctor piensa que el monstruo ha desaparecido y que el problema ha terminado. La criatura se le aparece en diversos lugares, lo sigue. En su recorrido, el monstruo se quiere congraciar con los humanos, les hace regalos... pero cuando las personas lo ven, lo repudian. Igual nos pasa como sociedad: nuestra creación -nuestra "política"- nos persigue, se nos aparece, hace regalos, quiere congraciarse... pero cuando la sociedad ve su creación le resulta repugnante.
Frankenstein, o el Moderno Prometeo, lleva ese nombre en referencia al Titán de la mitología griega que robaba el fuego a los dioses para llevárselo a los humanos. Prometeo fue castigado por los dioses justamente por robar el fuego. Víctor Frankenstein es el moderno Prometeo por querer robar a Dios la chispa de la vida.
Como sociedad tenemos algo de Prometeo. Pensamos que la política no era necesaria; la abandonamos y queremos crear formas de convivencia sin el ejercicio político. Al igual que Víctor, que quiso robarle a Dios la chispa de la vida, como sociedad quisimos robarle a la política la chispa de la convivencia.
En la obra, el monstruo le propone a Víctor dejarlo en paz si le da una pareja, y el doctor pone manos a la obra. Aquí, lo que llamamos política hace tiempo pidió su pareja y puede ser que ya la tenga -monstruosa, por supuesto- o tal vez tenga varias parejas que como sociedad le hayamos dado. Una de ellas podría ser el narcotráfico, según lo apuntado en París por el Secretario de Economía.
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